Francia

BRAS

BRAS CUENTA

A todas las parejitas que me leéis, os voy a proponer un planazo para volveros a enamorar: ir un fin de semana al hotel-restaurante Michel Bras en Francia.

Este restaurante, galardonado con 3 estrellas michelín y considerado top mundial, se encuentra en la zona de Montpellier, concretamente en Laguiole (Aveyron-Aubrac), un pueblo perdido de la mano de Dios que es famoso por sus chuchillos que encontraréis en sitios como DiverXo y que se caracterizan por una pequeña figura de una abeja en la base. Cuestan de media, ¡ojito! 300€. Como es tradición allí, el cuchillo no te lo cambian en toda la comida.

¿Cómo llegar hasta allí? Coges el tren desde Madrid hasta Montpellier (5 horas), allí alquilas un coche, una hora de autopista pasando por el famoso acueducto de Millau y luego por carreterillas, atravesando pueblos preciosos como Espalion, y así hasta llegar a la casa-restaurante de los Bras, que por supuesto está montado para dormir allí, y es lo que hay que hacer. Hotelazo con mayúsculas a 290€ la noche. Lo bueno se paga.

Con esta visita a Bras voy cumpliendo mis sueños gastronómicos. El primer sueño cumplido fue conocer El Bulli (2011) y luego se han cumplido mis otros sueños: Celler de Can Roca, DiverXo –estos dos ya visitados en multitud de ocasiones- y ahora Bras. Mi top 3 hasta el momento.

Pronto llegarán otros sueños como visitar Alinea en Chicago, Osteria Francescana en Italia o los triestrellados de Tokio.

Respecto de Bras se ha escrito mucho y hay muchas opiniones en español en la red. Y sorprendentemente gran parte de ellas son negativas: que si unos llegaron tarde y les trataron mal, que si el servicio es muy borde, que si a uno le dolía la barriga y no le cambiaron ningún plato del menú, que si otro estuvo esperando dos horas entre plato y plato, que si los quesos no estaban afinados… Ni puto caso. Con mi lema «La verdad de los restaurantes siempre conmigo» os puedo asegurar que Bras es único.

El genio y maestro Michel Bras se ha retirado y ahora las riendas las lleva su hijo Sebastian. Hay incluso un documental sobre el relevo de padre a hijo («Entre les Bras»). Algunos críticos dicen que el nivel ha bajado desde que el padre no está al pie del cañón. Pues si ahora es de diez, no me quiero imaginar cómo era antes, en los 80 y los 90, cuando iban Ferrán Adriá y Juli Soler a inspirarse. Desde luego que este cambio generacional es mucho mejor que el realizado en Arzak con el relevo de Elena, la hija de Juan Mari. Arzak no merece la pena y Bras lo merece todo.

Sobra decir que hay que pedir el menú «Balade», el largo, a 209 €.

A las 20:30 el primer pase, los aperitivos, que se toman en el comedor acristalado. Y poco a poco los clientes van pasando, mesa por mesa, al comedor principal.

Sin casi esperar, mientras la deliciosa mantequilla que ponen de aperitivo se va derritiendo, te plantan un plato que se llama «le gargouillou des jeunes légumes». Un clasicazo, un mito, imitado en miles de restaurantes: la menestra en texturas. Alucinante.

A continuación, sin casi tiempo de asimilar ese platazo, continúa el menú con un rodaballo (filet de turbot) de quitar el hipo.

Un poco de pausa, y seguimos con el «ni caliente ni frío»: un pedazo de foie gras de canard «grillé». No probareis cosa igual.

Tras un entrante, pescado y carne –todo en raciones grandes- pienso: “joder esto se acaba”. Pues no parejitas, luego viene otro manjar: colmenillas con una salsa de no sé qué leches que era Dios.

Pero esto sigue. Llega el filet de boeuf, ¡qué carne madre mía!. Y acompañando al aligot, una especia de puré de patata con queso que está para relamer el puchero.

Acaba la comida propiamente dicha y llega la tabla de quesos, para volverse loco.

Y llega el postre. ¿Y sabéis quién inventó el coulant? Fue Bras en 1981. Chocolate y leche de coco. Acojonante.

Y ahora toca otro postre, «tout lait».

Y cuando crees que vas a reventar, te traen un carrito de mini helados para que te tengan que llevar en grúa a dormir la mona en la habitación.

Respecto a los vinos, me sorprendió la poca variedad de champú (champagne, para los que sois de Burgos), y los poco que había -no más de 15- a un mínimo de 200 € la botella. Nosotros nos dejamos aconsejar por Sergio Calderón (argentino), que hace las veces de sumillier y jefe de sala. El resultado fue un excelente Borgoña blanco, Roulot 2007 (66€). Luego cayeron varias copas sueltas de vino tinto francés.

Y para terminar, pasada ya la una de la mañana, y de vuelta al comedor acristalado, un armañac mientras la niebla de los campos de Laguiole apenas deja ver algo de luz exterior.

Servicio excelente, camareros jóvenes muy amables, casi todos chapurreando el español, y visita de vez en cuando de la encantadora mujer de Sebastian para comprobar que todo iba a nuestro gusto.

Es momento de irse a la habitación y bajar la comida haciendo el amor.

Y finalmente al día siguiente te levantas y bajas a desayunar. Te sientan en la misma mesa donde cenaste y te traen un desayuno espectacular: mantequilla, bollería, queso, paté y embutidos.

Y el viaje se acaba y toca vuelta a Montpellier, pasando por Roquefort, el pueblo del queso, y por Peyre, un pueblo troglodita incrustado literalmente en la ladera de una montaña.

Y volveréis a la cruda realidad madrileña. A trabajar. Y lo haréis más enamorados. Y os durará un tiempo, porque el enamoramiento es lo que tiene, que no es para siempre.

Dirección:

Web:

Yo pagué: 209€ | Precio medio: 200€

Fecha de la visita: Mayo 2014

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